miércoles, 21 de julio de 2010

Crisis y CRISIS

Bajo la precariedad en que hemos vivido siempre en Cuba, oír hablar de la crisis general del capitalismo era partirnos de la risa. Solo bastaba ver una de aquellas imágenes tan censuradas, un rostro limpio y bien maquillado, un vestido elegante, un coche, piscina privada, un yate, una isla entera privada, etc, que como todos sabemos para algunos no hay límites de abundancia, y desde Cuba nos decíamos: ¿Crisis? ¿Y cómo se llama entonces lo que pasa en el refrigerador de mi casa?
Sin embargo, a pesar de que hay crisis y CRISIS, lo anunciado en las clases de filosofía marxista era cierto. Ya nadie puede ocultar la archimencionada "Crisis general del capitalismo", que como enfermedad crónica y simuladora, cuando se revelaron los primeros síntomas ya el mal había desgarrado profundamente el cuerpo de toda la sociedad, y de pronto solo se oye hablar de heridas y suturas, parches de remiendo y mucha analgesia. Pero todos sabemos que el tratamiento que nos proporcionan las inyecciones temporales de oro líquido, no es más que un cuidado paliativo que servirá para hacer latir un tiempo más el corazón insuficiente del sistema, un tiempo que nos permita hacer la rehabilitación, y poco a poco, la restructuración. Y es ahí adonde quería llegar. La restructuración.
De esto se oye hablar poco, es casi un tema tabú hablar de futuro a largo plazo. Cuestionar las contradicciones del sistema. Ni siquiera los padres más afectuosos se atreven verdaderamente a mirar frontalmente el, ¿qué pasará? ¿qué debemos cambiar? Porque quizás todo el mundo sospeche que se necesita un cambio en nuestro modo de vida demasiado importante para que el sistema resulte sostenible, para poder mirar detrás del horizonte, y el miedo, el ego, y las heridas y decepciones de la izquierda nebulizan las cuestiones hasta el punto que para algunos el simple hecho de cuestionar el capitalismo significa traicionar la disidencia. Este es un punto rígido y al mismo tiempo áspero, "la disidencia del disidente" tema en el cual me detendré en otro espacio.
Hablábamos de crisis y restructuración.
El capitalismo, a pesar de su crisis, es la única formación económico social que no solo sobrevivió al turbulento siglo veinte, sino que se encrudeció y enriqueció. Lo primero, mediante el auge del mercado liberal, la menor intromisión del estado, haz y deja hacer, instando al egoismo y la ambición, supuestamente inherentes al ser humano, como forma de desarrollo, y lo segundo, permeándose, al menos el capitalismo desarrollado, (otra cosa bien diferente pasa en los países subdesarrollados) con ciertos valores sociales que han ido ganándose a la largo de la historia, desde la primera revolución, la revolución francesa.
El temor hoy es pensar que quizás dichas reformas sociales, cada vez más costosas puesto que cada vez somos más y más viejos, ese dinero dedicado a evitar la contradicción implícita en un sistema a la base explotador, no puedan seguir siendo costeables, y los derechos que hoy tenemos nosotros, los privilegiados del hemiferio norte, se vean amenazados y recortados.
Otra tema es reflexionar sobre derechos legítimos y privilegios desmedidos.

jueves, 1 de julio de 2010

LA NIÑA QUE ERA UNA ESPONJA

Siempre fue rebelde, desde que era una comina. La madre decía que era genético, que salió a su abuelo, que nació independiente y segura de sí. O bien, chupaba la teta cuando le daba la gana y pasaba más horas de lo normal mamando, o demasiado pocos minutos porque ella decidía cuando rechazar y cuando pedir más de la cuenta a chillido limpio. Aquello fue creando una ansiedad en la madre que cuando la niña percató, instaló una lucha entre el poder y la víctima, los padres. Retenía en la boca el puré durante largos minutos, y cuando todo el familión, que esperaba alrededor su decisión, pensaba que la niña por fin tragaría, se lo lanzaba en la cara al que se le aproximaba demasiado.
Los padre se asustaron cuando a los tres años, le dijo a Margarita, su cuidadora en el círculo infantil: ¿Qué pinga te pasa? Todo el mundo se quedó tieso. Parecía irreal que de aquella boquita rubia, saliera de pronto, y cada vez con más frecuencia, un rayo que electrificaba a todos, y luego hacía que rompieran a carcajadas asombrados y admirados ante aquel renacuajo mandón que lanzaba aquellas frases con gestos y todo, imitando casi perfectamente a Margarita. La gente decía que la niña era una esponja, y los padres vieron en esto una excelente virtud para su futuro. Nadie pensó que la esponja absorbe lo más próximo que tenga alrededor, que no discrimina, solo absorbe, tanto lo limpio como lo sucio.
A los cinco años le arrebató el peine a su madre y le dijo: Así no me gusta, déjame que yo lo hago sola. Y así fue a partir de entonces. Organizaba solita sus ropas, sus juguetes, y le gustaba que estuvieran como ella los había dejado.
En la escuela obtenía resultados académicos entre promedio y bueno, nunca excelente ni suspenso, lo cual no era motivo de preocupación pero, fuera de la escuela, era un imán. Los vecinos, cuando la veían pasar viniendo de la escuela, conociendo sus dotes, le gritaban palabritas sueltas o la llamaban por otro nombre sabiendo que la niña respondería con el último gesto de chusmería a la moda y la diversión estaba garantizada, mientras la madre reía con verguenza, asegurando para justificarse que nada de aquello lo había aprendido en la casa. ¿Yo no sé de dónde esta niña saca esas cosas?, solía decir.
Todo el mundo decía que la niña era una iluminada, que cuando fuera grande iba a querer cambiar el mundo. Nada más lejos de la realidad.
Algo increíble, y que solo alguien que la hubiese seguido durante el trayecto de su vida hubiese sido capaz de encontrar una asociación entre aquellas gracias de niña y su vida adulta, era la importancia que le daba a las cosas materiales, a sus objetos. Cuando, obligada por las circunstancias, tenía que prestar un juguete o cualquier otra cosa, no le perdía ni pie ni pisada a la persona que lo manipulaba, y en cuanto se cometía el primer error de trato con su artículo, una muñeca por ejemplo, se la arrebataba con toda autoridad satisfecha de dejar claro que no habría una segunda vez.
De un angelito rubiecito y tierno, súbitamente salía un brote de chusmería criolla, alborotando el pelo, meneando los hombros y contorneando la boca con una mano en la cintura.

Cuando los padres dejaron el país y se fueron a vivir a Madrid, se satisfacían de encontrar una razón más para haber emigrado, en el hecho de que la niña cambiase de ambiente, de ejemplos. Tenía ocho años entonces.
El cambio fue brusco, pero, salvo los primeros días que todos estaban aturdidos, ella parecía asimilarlo bien. Se incorporó pronto en la escuela y se comportaba en casa como una mujercita. El día que su nueva institutriz mandó a buscar a la madre, puso al relieve la magnitud del cambio. Le contó que desde que traía la nueva mochila, hacía una semana, no había habido manera de quitársela de la espalda. ¿Y si me la roban?, decía. La madre se sentó a explicarle que ahí no era como en Cuba, que los niños ahí todos tenían sus mochilas, que no necesitaban la suya, que nadie se la robaría. Finalmente lograron convencerla con la promesa de dejarla siempre cerca de su vista.

.... continuará