domingo, 27 de febrero de 2011

¿... Y DONDE QUEDA MUSULMANIA?

Mi país dejó de ser un lugar cosmopolita desde el año 1959. Desde entonces, allí solo viven cubanos revolucionarios. Ni chinos, ni árabes, ni judios, ni latinos, ni africanos, ni Pakistanies, ni esquimales. Nadie emigra a Cuba. Los únicos extranjeros que vi cuando era niño eran Soviéticos, por los cuales sentía veneración, pero nadie más. Dejó de ser aquella tierra de mestizaje, punto de encuentro cultural del caribe, la llave del golfo, la perla, etc, por las razones que todo el mundo sabe. El mar se volvió sencillamente el fin. 
El caso es que, a pesar de haber estudiado geografía política, la ausencia de la influencia psico-cultural que trae la in-emigración, sumado al hermetismo impuesto por el régimen, nunca tuve bien claro que habían otras civilizaciones en el mundo aparte de los americanos y los rusos. En la escuela nunca nos hablaron de religión. Nunca. Era un tema tabú. Así fue que, un día, ya en Bélgica, ya médico, ya adulto, solté la preguntita delante de una veintena de gente.
_ ¿... y dónde queda musulmania?
Todos se echaron a reír a carcajadas, zapateando el suelo, golpeando la mesa, el apartamento temblamba y me decían que el chiste estaba muy bueno.
El problema fue cuando descubrieron que no era chiste. Les dije: Bueno, yo sé que actualmente no hay ningún país que se llame Musulmania, pero seguramente fue un antiguo reino, no? Sino, ...¿de dónde salen tantos musulmanes?
Los rostros de risa fueron cambiando a asombro. !No puede ser verdad. El médico cubano!!?
La fiesta era en casa de una amiga peruana en Bruselas. Tengo que agregar al contexto, que por ser médico y cubano todos daban por hecho que yo era un hombre culto, por lo que toparse con la realidad de mi ignorancia les causó un gran shock. Yo hacía solo dos meses que había llegado a Bélgica, y los únicos musulmanes que había visto antes eran Aladino el de la lámpara maravillosa, y Ali Babá y los 40 ladrones.

martes, 22 de febrero de 2011

APATRIDAS Y TRAIDORES

Tres días antes de salir de Cuba, en agosto de 1994, sin querer, estuve muy cerca del epicentro de la gran revuelta que tuvo lugar en La Habana. El conocido: Maleconazo.
Mi hermana y yo habíamos ido a recoger unas cartas que debía traer conmigo a Bélgica, a casa de Ana María una amiga que vive justo detrás del Hospital Hermanos Almejeiras, cuando escuchamos el estallido. Sin entender qué pasaba, sin detenernos a averiguar, nos apresuramos a escapar lo antes posible. Ana María nos brindo su hospitalidad para permanecer escondidos en su casa hasta que todo hubiese pasado, pero nosotros solo queríamos llegar a casa y refugiarnos lo antes posible. Tanto mi hermana como yo teníamos todos los documentos necesarios para salir de Cuba en pocos días, que ya contábamos en horas regresivas, y solo un cubano sabe lo que eso significa. Así que corrimos a toda velocidad en dirección contraria, huyendo una vez más como estábamos acostumbrados, pero esta vez cruzando una avalancha de locos lanzando extraños gritos contrarevolucionarios, a escondernos cuanto antes bajo la cama si era preciso, temiendo ser confundidos con alguno de aquellos revoltosos que tiraban e incendiaban tanques de basura, rompían y vaciaban vidrieras y gritaban libertad.
Cuando llegamos supimos lo que estaba sucediendo realmente. Aquello fue, el levantamiento. La más importante y masiva revuelta contra el régimen cubano que haya habido jamás. Un hecho histórico.
Viendo hoy las imágenes de las revueltas en el mundo árabe no puedo dejar de recordar aquel día 16 años después, y preguntarme y preguntarme por qué ellos sí, por qué nosotros no, por qué huí, y peor aún, ¿lo haría hoy? ¿hacia dónde me fuí? ¿hacia la libertad o hacia el silencio? ¿hacia el confort o la penuria? ¿hacia el recuerdo? que no es otra cosa que un olvido aferrado a no serlo.
Aquella revuelta no comenzó por una causa idealista ni exenta de egoísmo. Sencillamente, unos cuantos desafectos, como yo, querían escapar de la isla intentando robar una lancha de la bahía. El comienzo fue un hecho delictivo en sí, y por eso pierde peso en la historia, como yo he perdido gravedad.
Tengo que intentar salvarme de esta loca culpabilidad que me corroe. Ninguno de estos dictadores árabes convirtió a sus conciudadanos en traidores como lo han hecho conmigo, con nosotros.
La dictadura cubana ha logrado tergiversarnos y volvernos insultos a todos; delincuentes, jineteros, gusanos, contrarevolucionarios, egoístas, enemigos, chivatones, sobrevivientes, empecinados, avergonzados, indignos, exiliados, apátridas, putas, ignorantes, cobardes y sobretodo en traidores. Con una moral parecida, no podremos ni sabremos enfrentarnos a nada más que a nosotros mismos. Tal y como llevamos haciendo 52 años.

jueves, 3 de febrero de 2011

DERECHOS MALCRIADOS

Las cosas han cambiado de cuajo. Hace solo dos años, eran varios los amigos que cuando hablábamos de planes futuros, me decía con aires de hijo de papá (gobierno) que habían decidido tomarse unas vacaciones de un año o dos y disfrutar de las prestaciones de paro que según ellos habían acumulado con todo derecho, tocándose los huevos. Hoy muchos de ellos estarían dispuestos a trabajar donde hiciera falta, y se ven obligados a tocarse lo huevos retraídos de miedo, y en lugar de maldecir su antigua actitud de pereza, algunos maldicen al gobierno que arruinado se ve imposibilitado de sostener aquel tren de abundancia que premitió tanto descuido.
Esto es algo que no debemos olvidar. Fuimos en parte nosotros los negligentes. No pueden existir derechos sin deberes, pero si bien lo primero suena a merecido, lo segundo suena a castigo.
El límite de los derechos merecidos está solo claro en la moralidad individual y por eso siempre se confunde.
Hace poco, hablando con un amigo fumador sobre la ley antitabaco, este me decía que visto que no podían fumar en el interior de los locales, consideraba un derecho que en todas las terrazas se instalaran calentadores de gas a presión, forzando un microclima y así dicho grupo enviciado pudiese también disfrutar del ocio.
Estos calentadores los considero una inmoralidad absoluta. Para competir con la naturaleza, con el aire ya no libre, fuerzan a toda bomba, a todo fuego contra el planeta, mientras que los consumidores de alcohol y tabaco, nosotros mismos, los pijoides occidentalizados, conversemos descuidadamente sin acordarnos del calentamiento global, y ese mismo instante familias del sur tienen sus casas inundadas por la crecida de un río.