jueves, 17 de septiembre de 2020

El exilio de la vergüenza

 Cuando las ruedas dejaron el suelo, respiré mi primer aliento de libertad. Tenia 29 años. Después de dos intento infructuosos por huir en balsa, aún no condenados en juicio pendiente, increíblemente, pude escapar nada menos que en avión. Gracias Bélgica.

A partir de ese momento, mi relaciones humanas cambiarían para siempre. Si en Cuba tenia pocos amigos cubanos, ahora mis nuevos  amigos serían por limitaciones lingüísticas, cubanos o latinos emigrados, y entonces comenzó una nueva forma de política de comprender el mundo. 

Mis primeros amigos eran como yo, pretendientes a refugiados políticos, pero lo menos que les interesaba era la política. Bélgica era para la mayoría un pais de paso para llegar a USA. Ninguno tenía historia de oposición al sistema cubano. Habían viajado, como yo, aparentando unas vacaciones, un concurso o un viaje universitario, pero Bélgica representaba solo un puente.
Conocí a Jaime y a Juan que tan solo un año despues de haber llegado, ya habían hecho falsos tramites para decir que sus padres estaban muriendo, y antes de haber obtenido el derecho a refugiados, ya planificaban su primer viaje a la isla, y lo lograron y regresaron satisfechos de haber visto su país desde la perspectiva del turista, regresar como los cubanos exitosos que podían ver el dolor sin que les doliese.  A su regreso, mostraban sus fotos en playas de orillas verdes con una langosta en cada mano, dos bellas mulatas con el brazo sobre su hombro prestas a mostrar su imagen mas sexy con su promesa de que algún belga que las viera vendría  rápidamente a enamorarse y sacarlas del pais, y no faltaba, por supuesto, su nueva cadena gruesa de oro al cuello. _ Y tu mamá  cómo sigue de ese cancer por el que la cruz roja te permitió ese viaje? _ Ah? Mamá? _ Bien.

Ahí comenzó la soledad. 
Era el año 95 y el trumpismo ya era parte de la cultura. Aun no existía el mundo digital pero las fotos de papel tenían el mismo sentido. Parecer ser lo que no somos, aparentar tener lo que no tenemos, hacerse envidiar era ya  entonces una forma de vida para muchos exiliados.
Yo ya empezaba a comprender que tenia tres opciones, mirar aquellas fotos y decir: Wao, qué guapo, o bien quedarme impávido y sonreír, o mostrar mi más profunda repugnancia. 
Mi enfermedad radica en que no tengo términos medios, no sé disimular y entonces me empezaron a llamar envidioso. Todo aquello que considero abyecto me convierte en envidioso porque no soy capaz de ser ruin. Yo no busqué la soledad, ella vino a buscarme.  Entre los compatriotas, estos eran los triunfadores, esos que encontraban el mecanismo de la trampa y lograban burlar normas y controles, cosa que viviendo en dictadura consideraba normal, pero ilusamente pensé que pagar un precio tan alto como el exilio serviría al menos para volvernos sinceros.
Entretanto, mi padre de noventa años enfermo de Alzheimer iba depauperándose en Cuba y yo no tenía el valor de llamarlo y decirle que yo existía y recordarle mi nombre mi voz y sumarle una pena. Plantearme gastar el dinero que no tenía para satisfacer mi deseo de abrazarlo o intentar que mis misarías sirvan para que se alimente. Y ahi entran los conceptos sobre que es ser o no ser.