jueves, 9 de diciembre de 2010

"Alla en Mantilla" ... extracto del capítulo 9. "Elena se quedó y papá también"

... Una vez a la semana, después de terminar la jornada laboral a las cinco de la tarde, comenzaba la guardia en el policlínico, muchas veces sin electricidad, alumbrados por un quinqué para mí y otro para la enfermera, que debía palpar y pinchar varias veces para encontrar una vena en la penumbra en los casos más urgentes. Además, con pocos medicamentos y, para colmo, sin ambulancia.
Cuando había que hacer un traslado urgente, la enfermera o yo, y a veces desesperados los dos, salíamos a la calzada a parar el primer coche que pasara y exigirle al chofer que lo llevara al hospital Julio Trigo. Y digo exigirle, porque si el chofer no paraba o se negaba, anotaríamos y reportaríamos su matrícula por rehusarse a ofrecer los primeros auxilios y debía afrontar las duras penas de la justicia por semejante delito. Así fue como estuvimos en la obligación de vaciarle las pocas gotas de gasolina del tanque y llenarle de sangre, vómito, pipi y caca, el asiento trasero a unos cuantos coches privados que además, debían irse solos al hospital con el casimuerto, porque ni la enfermera ni yo podíamos abandonar la guardia.
El mayor número de casos en la guardia eran asmáticos, infecciones respiratorias agudas y accidentes vasculares. Pero no faltaron los borrachos, los heridos en riñas callejeras, los accidentados, los envenenamientos e intoxicaciones, y los malcriados que venían noche tras noche a joder gratuitamente.
A las ocho de la mañana, hacíamos el cambio de guardia, y partía Mantilla adentro a buscar mi intrincado consultorio y continuar la jornada sin nada que desayunar. Pero bueno, vamos a ver, que no me estoy quejando de trabajo, ni de dificultades, peor es no tener. De lo que me quejo, y permítanme porque ahora puedo, es de no haber podido manifestar mi descontento en paz y construir en la oposición, de no haber podido poner en práctica la categoría filosófica de la lucha no antagónica de los contrarios como base del movimiento y de la dialéctica, tal y como me habían enseñado; del destino estrechamente diseñado y obligado o la trasgresión directamente delictiva. De no poder exigir justo la necesidad de que arreglasen la aspiradora de secreciones en el cuerpo de guardia sin ser visto como un desconsiderado al esfuerzo revolucionario. Toda crítica era un atentado a la paranoia nacional. Los omniculpables: el bloqueo y los traidores. Y la cantaleta de los estudios gratis, ya no la podía soportar. Sin pantalones y con hambre, tenía la sensación de estar pagando por sustracción hasta los estudios que mi abuela no realizó en el siglo diecinueve. Los médicos y los ingenieros se fueron convirtiendo en contrabandistas y en taxistas. Yo lo tenía claro. Si lo de la lancha no marchaba y no me iba por equis o por be, lo mandaba to' pa’l carajo y me iba a vender Durofrio o Pirulí, porque mis experiencias como jinetero nunca sirvieron. No sabía pedir, ni regatear, ni engañar, así que al final los extranjeros me jineteaban a mí.
Aquel día, cumplí con mis visitas vespertinas, apurado, hambriento y de mala gana, y me fui rápido a casa. En la noche regresé donde Elena que me había mandado a buscar. Salí de casa antes que oscureciera, porque esa noche a ella le tocaba el apagón.


1 comentario:

  1. Me deja alucinada.... es imaginable viendo lo que hay aun, pero debe ser durisimo vivir asi. Erick a mi me hubiera encantado que me hubieras ginetado hahhahaa... es con g? jajjajaja

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