
Aquel año, el campamento que debía albergarnos había sido arrasado por un desastre natural días antes, pero no nos perdonaron. Habitilaron unas naves que eran antiguos almacenes, lejos de los campos que debíamos cultivar, y dos veces al día hacíamos el trayecto apelotonados en carretas y camiones. Cuando llegamos al improvisado campamento, aún no había ni duchas ni letrinas. Ese mismo día, abrieron un hueco en la tierra de 50mts de largo, lo llenaron de agua a la mitad, lo cubrieron con planchas de madera, unas paredes de guano, y ya está listo nuestro retrete, bajo las estrellas. Aún escucho el crujido de la madera que amenazaba con ceder. Teníamos que coger puntería para cagar entre viga y viga y tener interés que saliese una sola pieza para tener tiempo de salir corriendo cuidando el equilibrio antes que el mojón chocara con el agua pútrida y nos salpicara. A las pocos días, las vigas estaban llenas de mierda por culpa de culos no bien centrados. Una madrugada, se rompió una tabla y Vivian cayó dentro. Los gritos de axilio los oyó el alumno de guardia que dió la alarma y 200 estudiantes nos despertamos súbitamente. Eran las 3am. Tony, el profesor de litertura, le lanzó una cuerda que estaba prevista para el accidente, pero Vivian tenía los ojos tan llenos de mierda que no lograba sujetarla. Todo el campamento temblaba, todos con la boca abierta y las manos en la cara, sus amigas lloraban, algunos empezaron a rezar, otros se tapaban los oídos para no escuchar el espanto que salía de la tierra, los profesores evitando que nos acercásemos, pidiéndonos volver al albergue. Las aguas infernales revueltas por los movimientos desesperados de Vivian, disfundían el hedor. Fue una noche tétrica. Al fin, Juan el grande, se colgó de las piernas como un gimnasta en el trapezio, la cogió por los brazos y la tiró con la fuerza de sus biceps hasta que ella pudo sujetarse de su pantalón, y con Juan de escalerilla lograron sacarla.