sábado, 12 de junio de 2010

NOS CONVIRTIERON EN TRAIDORES

Lo que con frecuencia olvidan los ajenos, es que nosotros, los llamados disidentes, comenzamos por creer. Del latín, dis-sedere, separarse de, o sea que un día estuvimos unidos, y en el caso de nosotros los cubanos, yo diría muy unidos. Todos, o casi todos, amamos a Fidel, y algunos lo idolatramos. No solo porque su ideal lo mereciera, al fin y al cabo, un día significó batirse contra lo injusto, sino que el amor se nos inculcó como la impregnación. Como el polluelo desde el cascarón escucha la voz, el cacareo de su madre para luego reconocerla y seguirla, nosotros conocíamos su voz desde el saco vitelino. Para todos los que nacimos después del triunfo de la "revolución" (y espero que quede claro el porque de las comillas, y sino buscar el término en el diccionario) fue nuestro padre. A todos nos inculcaron el amor por él como una fe. Aprendimos a escribir con frases que asociaban su nombre a la patria, al escudo, a la bandera, a la palma, a la caña de azúcar, al mismísimo sol. Cuba era él. Lo decía la maestra, los carteles, los libros, las canciones, los poemas, los altoparlantes, mis padres y hasta él mismo. El año comenzaba con su fiesta, el aniversario de su triunfo, su llegada a La Habana, cual resurrección de Cristo.
Particularmente yo, me enteré en el año '80 que existían gentes que no lo amaban. El éxodo del Mariel me tomó por sorpresa y por supuesto, me llenó de indignación. Tenía quince años cuando descubrí que el enemigo estaba cerca. A los americanos aprendí bien a odiarlos y la amenaza del ataque inminente siempre estuvo presente, pero a partir del año 80 el enemigo estaba en todas partes, entre mis vecinos y compañeros de aula. Había que estar siempre alerta y desconfiar de todos. Fue entonces que me convertí en miliciano. No bastaba sacar buenas notas para llegar a la universidad, tenía que ser combativo, detectar al enemigo, disimulado y enmascarado, repudiarlo y delatarlo.
El odio me salía por los poros y al mismo tiempo el amor por él creció, porque esos crápulas despreciaban a mi padre y mi deber y felicidad era defenderlo.
Pues sí. Muchos de nosotros, los disidentes, fuimos amantes incondicionales, apasionados creyentes, milicianos, vigilantes, combatientes, chivatones, y no fue cuestión de un día ni de una razón que poco a poco, con muchos golpes y dolor, nos convirtieron en traidores.

2 comentarios:

  1. muy bien tu comentario, no es cuestion de olvidar el pasado y de pasar por "yo era cocinero en ese barco" sino como digo yo, auto-reconocerse como comemierda al fin que fue enganiado por un hijo de puta que como todo padre, cuando el ninio crece cae en cuenta q no era dias, sino q era como el ... o que era un reverendo hijo de puta.

    eso nos hara comprender a los cubanos que viven dentro y los que aun tienen "el chip que nos pusieron en la primaria"

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  2. Uno de los arpíos métodos de las dictaduras es apropiarse de las mentes de los más jóvenes y prepararlos para morir por su líder. Luego resulta fácil criticar expeditivamente a aquéllos que fueron víctimas de su tiempo y de su sociedad. Ocurrió en la Alemania Nazi y ha querido contarlo el director de la Ola, nieto de uno de aquellos muchachos alemanes que literalmente dieron su vida por Hitler defendiendo Berlín ante la entrada de los soviéticos. Estos soldados fueron reclutados a los 16 años, pero muchos de ellos eran, incluso, niños. La película se llama Napola y ayuda a comprender cómo se realizaba el adoctrinamiento. Los que crecieron en otras dictaduras, como la franquista o la castrista, conocen bien estos métodos. Librarse del adoctrinamiento es, sin duda, una labor heróica.

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