lunes, 29 de marzo de 2010

Vivian cayó en la letrina


Fue en la escuela al campo. Como cada año, 45 días de trabajo agrícola bajo disciplina militar. Despertar a las 5:30 am, 6am pase de revista: Todos de pie junto a la litera, talón unido, sábanas perfectamente alisadas, 6:30am en la fila del comedor con el jarrito en mano para recibir el cucharón de leche rusa y un pedazo de pan, 7:00am formación, saludo a la bandera cantando el himno nacional con las rodillas tensas, 7:30 montando en los camiones, y a las 8:00am frente al surco, a trabajar. No bastan las buenas notas, es necesario cumplir con todas las tareas asignadas. La universidad está en juego. Supuestamente estábamos allí para ayudar en la producción, pero los campesinos nos tenían terror porque nuestra ignorancia en agricultura y el desamor con que lo hacíamos causaba más pérdida que beneficio.
Aquel año, el campamento que debía albergarnos había sido arrasado por un desastre natural días antes, pero no nos perdonaron. Habitilaron unas naves que eran antiguos almacenes, lejos de los campos que debíamos cultivar, y dos veces al día hacíamos el trayecto apelotonados en carretas y camiones. Cuando llegamos al improvisado campamento, aún no había ni duchas ni letrinas. Ese mismo día, abrieron un hueco en la tierra de 50mts de largo, lo llenaron de agua a la mitad, lo cubrieron con planchas de madera, unas paredes de guano, y ya está listo nuestro retrete, bajo las estrellas. Aún escucho el crujido de la madera que amenazaba con ceder. Teníamos que coger puntería para cagar entre viga y viga y tener interés que saliese una sola pieza para tener tiempo de salir corriendo cuidando el equilibrio antes que el mojón chocara con el agua pútrida y nos salpicara. A las pocos días, las vigas estaban llenas de mierda por culpa de culos no bien centrados. Una madrugada, se rompió una tabla y Vivian cayó dentro. Los gritos de axilio los oyó el alumno de guardia que dió la alarma y 200 estudiantes nos despertamos súbitamente. Eran las 3am. Tony, el profesor de litertura, le lanzó una cuerda que estaba prevista para el accidente, pero Vivian tenía los ojos tan llenos de mierda que no lograba sujetarla. Todo el campamento temblaba, todos con la boca abierta y las manos en la cara, sus amigas lloraban, algunos empezaron a rezar, otros se tapaban los oídos para no escuchar el espanto que salía de la tierra, los profesores evitando que nos acercásemos, pidiéndonos volver al albergue. Las aguas infernales revueltas por los movimientos desesperados de Vivian, disfundían el hedor. Fue una noche tétrica. Al fin, Juan el grande, se colgó de las piernas como un gimnasta en el trapezio, la cogió por los brazos y la tiró con la fuerza de sus biceps hasta que ella pudo sujetarse de su pantalón, y con Juan de escalerilla lograron sacarla.

Aquella noche nadie pudo volver a dormir. Todos pensamos que ahí acabaría todo, que tomarían consciencia del peligro, que regresaríamos a La Habana, a casa, que la pesadilla había terminado, pero no. Al otro día, repararon el tablado endeble, y por la tarde, como cada día, nos llevaron al surco: "¡A trabajar. Aquí no ha pasado nada!". A partir de ese día muchos de nosotros no volvimos a cagar en la letrina. Nos escapábamos de las rejas del campamento para hacerlo en la maleza. Hasta ahí llegó nuestra rebeldía. La universidad estaba en juego.
Veo con orgulloso que en la Cuba de hoy todo está cambiando. Al menos las DAMAS DE BLANCO se atreve a decir: Basta. Al fin.

A Vivian la mandaron para La Habana. Nunca más la ví, dejó definitivamente la escuela. Dicen que se volvió loca, que no paraba de frotarse con alcohol de forma compulsiva.

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