No hay referencias para un futuro sin historia, sin procreación, para un espécimen que tiene solo presente, un desvío de la naturaleza, un secreto de Disney, un insulto a Dios según la iglesia, una mirada contracorriente buscando reparo.
En el pueblo lo raro irrita, y se mueve como si estuviese desesperado de afecto y atención. El no lo tiene claro, no sabe a dónde ir, no lo (se) acepta. O bien, para convencerse, sus dudas hacen que lo proclame demasiado, que de pronto se convierta en la mariquita simpática del barrio, complaciendo el cliché, dando lo que de él se espera, y entonces sí se siente pertenecer, siempre que fuese para hacer reír con sus monadas, con la promesa encubierta de una mamada.
Un día se fue a la ciudad, y allí sí que vio ejemplos, otros con su problemática.
En cuanto pudo, se mudó al barrio gay. Desde el balcón veía cada día el movimiento de aquel grupo a que pertenecía su diferencia. Sin embargo, estar en pleno centro no satisfacía su soledad. El grupo tiene códigos de acceso. Tiene parámetros y cultura propia, tiene cuartos oscuros propios, tiene una medida de tiempo propia, símbolos propios, ambiciones propias. Para pertenecer, tendrá que aprender.
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