miércoles, 10 de noviembre de 2010

EL MARICON DEL PUEBLO

Caminó paso a paso, minuto a minuto, como si fuera ciego, sin mirar realmente dónde pisaba. Cada cosa que hacía era pura improvisación. No tenía ejemplos. No es el de papá, no es el de mamá, no es el de sus hermanos, ni el de los amigos de la escuela.
No hay referencias para un futuro sin historia, sin procreación, para un espécimen que tiene solo presente, un desvío de la naturaleza, un secreto de Disney, un insulto a Dios según la iglesia, una mirada contracorriente buscando reparo.
En el pueblo lo raro irrita, y se mueve como si estuviese desesperado de afecto y atención. El no lo tiene claro, no sabe a dónde ir, no lo (se) acepta. O bien, para convencerse, sus dudas hacen que lo proclame demasiado, que de pronto se convierta en la mariquita simpática del barrio, complaciendo el cliché, dando lo que de él se espera, y entonces sí se siente pertenecer, siempre que fuese para hacer reír con sus monadas, con la promesa encubierta de una mamada.
Un día se fue a la ciudad, y allí sí que vio ejemplos, otros con su problemática.
En cuanto pudo, se mudó al barrio gay. Desde el balcón veía cada día el movimiento de aquel grupo a que pertenecía su diferencia. Sin embargo, estar en pleno centro no satisfacía su soledad. El grupo tiene códigos de acceso. Tiene parámetros y cultura propia, tiene cuartos oscuros propios, tiene una medida de tiempo propia, símbolos propios, ambiciones propias. Para pertenecer, tendrá que aprender.

No hay comentarios:

Publicar un comentario