jueves, 11 de noviembre de 2010

EL POTAJE DE CHICHAROS

Cocinar chícharos en olla de presión es tremendo lío. Hay que estar siempre vigilante al sonido de la válvula. Si el silbido de pronto desaparece, mejor que salgas corriendo. Quiere decir que un pellejo de un grano se ha incrustado en el centro del pequeño orificio de salida, y luego vendrá otro pellejo, y otro, hasta que la olla no encuentra por dónde evacuar los gases, y mientras más caliente la presión aumenta, tanto que lucha por deformar el metal, y de pronto la válvula de socorro entera con parte de los chícharos sale disparada contra el techo de la cocina. Búmbata. La explosión. Muchas cocinas cubanas tienen la huella en el techo, justo encima de la hornilla, del día de aquel cañonazo que alarmó a toda la vecindad.
Un país es una olla de presión, cuyas fronteras son tan herméticas como las metálicas de la cazuela, o como las de mar.
A nosotros nos cogieron pal trajín. Los capitalistas con su vicio eterno de inyectar tentaciones nos atrajeron con carnada fácil para ganar desafectos para su conquista. Los comunistas con su vicio de pedir sacrificio, enclaustrándonos en el "con o contra", "conmigo o lejos de mí", nos borraron del mapa. Tal y como Fidel quería. Es una danza entre dos, y todos sabemos quién tiene el mando por la cintura, quién coge la sartén por el mango.
Ningún ciudadano de ningún país tuvo jamás el derecho de asilo de un cubano. "Me quiero quedar. Fidel no me gusta". Bravo, uno más. A nosotros tampoco. Bienvenido. Aquí tiene un salario, pagado por los contribuyentes de este país, tienes derecho a salud pública y a escuela gratis hasta que aprendas qué hacer con tu vida.
Por su parte, los comunistas, nos cierran el camino de vuelta considerándonos traidores a la patria cuando dejamos de pagar una contribución en la embajada, y nos cortan de raíz. Nos borraron del mapa. Tal y como Fidel quería. Hay que ver que este tipo tiene ritmo. Pone al mundo a bailar su rumba cuando le da la gana. Pudo abrir su válvula de escape cada vez que la olla se calentaba demasiado, y sacar los chícharos que le molestaban, los pellejuos, los no dóciles que se atragantan, y seguir cocinando su potaje con la misma intensidad de fuego.
Ni Birmanos, ni Guatemaltecos huyendo de la mafia, ni congoleses, ni Palestinos, ni chinos, ni saharauis, ni Afganos, ni Irakíes, gozan ni gozaron jamás de tales privilegios. Ellos huyeron y se escondieron bajo el tranvía, en la escalera del metro, recogieron uvas, aprendieron a hablar como pudieron, comunicando con quienes se atrevieron a dirigirle la palabra, algunos tuvieron que robar, otros que pedir, algunos encontraron trabajo, algunos consiguieron sus papeles.
Fidel y sus enemigos nos hicieron sopa, con condimentos pero sin sustancia. Incluso un día nos sentimos satisfechos de ese hueso viejo y desabrido que nos permitía gozar del privilegio de ser considerados al saltar la verja refugiados de alcurnia.
Pero no nos sintamos culpables sino manipulados. Marionetas fáciles. Pueblo al fin y al cabo. Instrumentos desafinados de radicales de izquierda y derecha que tocan el vals de las ambiciones.
El potaje por supuesto, no quedó nada bueno, pero a la olla le cuesta reventar. Ya se está secando. Casi no les queda agua. El fuego no ha mermado. ¡Se queman los chícharos!

1 comentario:

  1. ... Un Santo menos para el vaticano...
    San German desaparece de la lista...
    Se lo pueden comer con papas...

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